lunes, 29 de octubre de 2007

“Escribo para mí, para librarme de mis obsesiones, de mis tensiones, nada más”, dice Emil Cioran en una de las entrevistas recopiladas en Conversaciones. Es que, para quien se considera un enfermo que se sobrepone febrilmente en cada caso a su enfermedad, no hay otra terapia que escribir. “En cada caso” porque la lucidez – por definición inestable y caracterizada por su fugacidad – nos sobreviene de golpe, entre dos accesos de delirio, para desengañarnos momentáneamente de una embriaguez que siempre retorna. Tal como ocurrió con En las cimas de la desesperación - su primer libro- , Cioran escribe para no matarse; la tinta es un sucedáneo de su sangre, sus incandescentes aforismos lo hacían soportar, su aguda ironía lo absolvía de ese vertiginoso tedio existencial. Exteriorizando parte de su vida se libraba de ella.

Si bien no escribe para sus lectores, de alguna manera está consciente de que su propia desgarradura, más allá
de los límites de su subjetividad, puede gatillar algo en el Otro. “Un libro que deja a su lector igual que antes de leerlo es un libro fallido” - nos confiesa, dejando entrever que su punzante lirismo también busca trastornarnos, provocar heridas. “No se desciende hacia lo esencial de forma gradual y escalonada, sino merced a bruscas caídas”, en las que nada tiene que ver el desarrollo de un pensamiento sistemático. Quizás Cioran pueda propiciar un efímero instante de lucidez, abrir un abismo, hacer que nos asomemos a él, pero la caída será siempre y únicamente de cada quien.