lunes, 29 de octubre de 2007

“Escribo para mí, para librarme de mis obsesiones, de mis tensiones, nada más”, dice Emil Cioran en una de las entrevistas recopiladas en Conversaciones. Es que, para quien se considera un enfermo que se sobrepone febrilmente en cada caso a su enfermedad, no hay otra terapia que escribir. “En cada caso” porque la lucidez – por definición inestable y caracterizada por su fugacidad – nos sobreviene de golpe, entre dos accesos de delirio, para desengañarnos momentáneamente de una embriaguez que siempre retorna. Tal como ocurrió con En las cimas de la desesperación - su primer libro- , Cioran escribe para no matarse; la tinta es un sucedáneo de su sangre, sus incandescentes aforismos lo hacían soportar, su aguda ironía lo absolvía de ese vertiginoso tedio existencial. Exteriorizando parte de su vida se libraba de ella.

Si bien no escribe para sus lectores, de alguna manera está consciente de que su propia desgarradura, más allá
de los límites de su subjetividad, puede gatillar algo en el Otro. “Un libro que deja a su lector igual que antes de leerlo es un libro fallido” - nos confiesa, dejando entrever que su punzante lirismo también busca trastornarnos, provocar heridas. “No se desciende hacia lo esencial de forma gradual y escalonada, sino merced a bruscas caídas”, en las que nada tiene que ver el desarrollo de un pensamiento sistemático. Quizás Cioran pueda propiciar un efímero instante de lucidez, abrir un abismo, hacer que nos asomemos a él, pero la caída será siempre y únicamente de cada quien.

lunes, 22 de octubre de 2007

¿Cómo pensar un átomo? Hace algún tiempo, y gracias a Pablo Razeto, me enteré de que un átomo no se parece mucho a como se lo enseñan a uno en el colegio. Peor aún: la concepción que la mayoría de los mortales tiene de un átomo es físicamente insostenible, ya que con tales características, colapsaría en cuestión de microsegundos.

Este modelo atómico, que insiste en permanecer en nuestro imaginario científico, es el conocido como modelo de Niels Bohr. Según éste – y para dec
irlo de una manera muy sumaria – un átomo estaría conformado por un núcleo, a su vez constituido por un protón (recordemos que el modelo se basó en un átomo de hidrógeno), alrededor del cual el electrón se movería por medio de una órbita circular. ¿Qué hay de erróneo en esta descripción? Toda partícula que acelera emite ondas electromagnéticas; al emitir ondas se pierde energía, y al perder energía el electrón sería atraído por el núcleo destruyéndose el átomo en menos tiempo del que nos toma pestañar.

El error de Bohr fue pensar el electrón como girando alrededor del núcleo. Este problema se soluciona si pasamos de órbitas a orbitales (o funciones de onda), que se refieren a la distribución de la probabilidad que nos dice dónde es que se puede encontrar un electrón si es que se lo mide. Sin embargo, la función misma no es una probabilidad, sino una representación del estado real del electrón y tal estado es una superposición. ¿Por qué la introducción de la probabilidad? Porque gracias al famoso – y mal entendido – principio de incertidumbre (o principio de Heisenberg) sabemos que una partícula no tiene una trayectoria determinada, por lo que la función de onda no puede describir al mismo tiempo la velocidad y posición de dicha partícula. Entonces, el electrón ya no es una partícula que da vueltas en torno al núcleo, sino más bien una función de probabilidad que no se mueve, en la que el electrón se encuentra estático y disperso (puede pensarse como una “nube” de probabilidad), por lo cual ya no hay emisión de energía y el átomo no colapsa.

domingo, 21 de octubre de 2007

Pasar unos días postrado en una cama es una experiencia perturbadora. Más aún si se está en una clínica, con ese hedor nauseabundo que caracteriza sus pasillos, ese olor a muerte que se abre paso hasta la hipófisis, ese olor a sufrimiento animal. Todo, absolutamente todo se va impregnando de esa penetrante pestilencia: las sábanas, la comida, las manos... El cuerpo se hostiga de mantener todo el tiempo una misma posición que no es posible abandonar. No se hace difícil imaginar escaras, tan ajenas a la piel de un cuerpo joven. La autonomía e intimidad se pierden por completo, y junto a ellas, se extingue la luminosa sensualidad de los cuerpos. Todo se funde en un hastío parmenidiano. Al mirar el ventanal se comprende la razón de su escasa apertura...

Entonces, es imposible no pensar en quienes deben pasar el resto de sus días en una condición similar, esperando por algo que acabe de manera fulminante con su agonía. Pero siempre estarán aquellos, que no distinguen entre vivir y vivir bien. Son ellos quienes sentencian que toda vida merece ser vivida, cuando no toda vida es digna de ese nombre.